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Las dos claves de la exfoliación facial.

No es la primera vez que insistimos en los beneficios de la exfoliación, tanto facial como corporal, y su necesidad para una verdadera hidratación. Este proceso que se lleva realizando desde hace siglos con ingredientes naturales como sal, azúcar o semillas y que consiste en la eliminación de pieles muertas es el paso previo para que el sérum y la crema hidratante puedan penetrar en profundidad.


La piel de nuestro rostro, como la del resto del cuerpo, se regenera y muere en un período de días. Los pellejitos que encontramos en aletas de la nariz y en otros lugares no son una consecuencia de la sequedad, sino de que tenemos piel muerta que se va acumulando -y por ende, bacterias- impidiendo la penetración de los productos hidratantes. Por ello, un buen exfoliante debe eliminar las obstrucciones de grasa en los poros y eliminar la suciedad de estos, la razón por la que nuestra piel no luce su color y su luz natural, oxidándose.


Para la composición de nuestro exfoliante facial hemos utilizado unos microgránulos muy pequeños para no dañar la superficie de la piel. Además, buscando la hidratación que complementa a la limpieza en su formulación se encuentran ingredientes traídos de bien lejos como semillas de jojoba del desierto de Sonora (compuestas por un 96% de ceramidas, aceites ricos en Omega 6 y vitaminas A, B1, B2 y C) y extracto de sargazo junto con otras mucho más cotidianas con las que contamos muy a menudo: caléndula (cicatrizante), la camomila (antiinflamatoria) y el rabo de gato (cicatrizante).



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